Polyscias Balfouriana y el amor por las sombras

Apuntes de un diario inexistente

Aquel día en el que nos peleamos, Ariadna, quien se quedaba en nuestro apartamento mientras yo pasaba una temporada en Turquía con Alexis, me escribía diciendo que el espejo de la sala se había caído pero no roto.

El objeto, una versión miniatura de aquellos espejos enormes de marco dorado que decoran las salas y se posan sobre las chimeneas, lo habíamos comprado en una brocante en Place d’Italie, cuando apenas estábamos armando la casa. A Alexis siempre le pareció muy bajo, y tenía razón. Lo colgué tomándome como referencia y mis 1m60cm de altura no dan para mucho.

Cuando Ari me dijo que se había caído pero no roto, sentí el peso de la simbología sobre mis párpados. Estábamos teniendo días un poco complicados pero no eran más que eso: una caída, no una ruptura.

Al volver de viaje en enero, luego de una corta temporada en Madrid, mi planta preferida, esa que nos habían regalado el día de nuestro PACS una de las mejores amigas de Alexis, estaba “triste”. Pareciera como si hubiera sido ella, y no yo, la que inició el año en cama con covid y luego vivió la histórica nevada madrileña.

Polyscias Balfouriana está plantada en un bol transparente que no le permite crecer a su ritmo. Veo las raíces atrapadas en la circunferencia y me pregunto cómo hacer para liberarla sin matarla. ¿Tiene que ser liberada?. Tengo tiempo queriendo llevarla al botanista para que me explique y me ayude pero como siempre ha estado tan bonita, no lo sentía necesario. Temo que sacarla de su atmósfera pueda alterarla. Observo las raíces, entrelazadas, y me digo que no puede ser bueno intentar deshacer esa red de apoyo. Desde que la recibimos me cautivó. La forma y color de las hojas, sus tallos, las raíces a través del vidrio. Durante el confinamiento me dio muchos retoños y curiosidad por saber más de ella. De dónde venía, cómo se llamaba. Descargué una aplicación que ayuda a identificar las plantas y descubrí que se llamaba Polyscias Balfouriana, que viene de Asia Tropical y que le gusta la sombra. “Polyscias” quiere decir “varias sombras” en griego. Compartimos el trópico y esa extraña atracción por el reverso de la luz.

Siempre ha ocupado el mismo lugar en la casa. Hasta ahora. Al ver el follaje amarillento y propenso a la caída, sentí la necesidad de moverla. Cambiarla de un extremo de la sala al otro. Una vez más, establecía analogismos. La planta estaba, sin saberlo, representando en una imagen, la ruptura: hojas cayendo, raíces aferrándose. La dejé donde sentía que debía estar: sobre el mueble que acabábamos de comprar y que llegó justo cuando ya no será utilizado por los dos. Pasaron varias semanas y hoy, luego de cambios de lugar y de luz, atisbo dos nuevos retoños. Vida que nace. Comienzos que vienen.

El espejo nunca fue colgado de nuevo y ahora se prepara para ser embalado. La planta, y sus retoños, son el testimonio de una nueva vida. Sus tallos, el recuerdo de lo que fue y sobre lo que he construido gran parte de mi presente. El mueble vacío: el espacio que siempre pide ser llenado.

06.03.2021.

Polyscias Balfouriana et l’amour pour les ombres

Notes d’un journal inexistant*

Ce jour-là quand nous nous sommes disputés, Ariadna, qui restait dans notre appartement pendant mon séjour en Turquie avec Alexis, m’a écrit en disant que le miroir du salon s’était tombé mais pas cassé.

L’objet, une version miniature de ces immenses miroirs à cadre doré qui décorent les salons et reposent sur les cheminées, nous l’avions acheté dans une brocante à la Place d’Italie, alors que nous venions d’emménager.

Alexis a toujours pensé que le miroir était très bas et il avait raison. Je l’ai accroché en me prenant comme référence et ma hauteur de 1m60cm ne donne pas grand-chose.

Quand Ari m’a dit qu’il s’était tombé mais pas cassé, j’ai senti le poids de la symbologie sur mes paupières. Nous avons eu des jours un peu difficiles mais c’était juste ça: une chute, pas une rupture.

En rentrant d’un voyage en janvier, après un court séjour à Madrid, ma plante préférée, celle que l’un des meilleures amies d’Alexis nous avait offerte le jour de notre PACS, était «triste». On dirait que c’est elle, et non moi, qui a commencé l’année au lit avec Covid et qui a ensuite vécu la chute de neige historique de Madrid.

Polyscias Balfouriana est plantée dans un bol transparent qui ne lui permet pas de pousser à son rythme. Je vois les racines piégées dans la circonférence et je me demande comment la libérer sans la tuer. Doit-elle être libérée ? Je voulais l’emmener chez le botaniste depuis quelque temps pour qu’il m’explique et m’aide mais comme elle a toujours été si belle, je ne le sentais pas nécessaire. Je crains qu’en la retirant de son atmosphère je la tuerait. Je regarde les racines, entrelacées, et je me dis qu’il ne peut pas être bon d’essayer de défaire ce réseau de soutien. Depuis que nous l’avons reçu, j’ai été captivé. La forme et la couleur des feuilles, leurs tiges, les racines à travers le verre. Pendant le confinement, elle m’a donné beaucoup de pousses et j’étais curieuse d’en savoir plus sur elle. D’où venait-elle, quel était son nom ? J’ai téléchargé une application qui aide à identifier le nom des plantes et j’ai découvert qu’elle s’appelait Polyscias Balfouriana, qui vient de l’Asie tropicale et aime l’ombre. «Polyscias» signifie «plusieurs ombres» en grec. Nous partageons les tropiques et cette étrange attraction pour le revers de la lumière.

Elle a toujours occupé la même place dans la maison. Jusqu’à maintenant. En voyant le feuillage jaunâtre et sujet aux chutes, j’ai ressenti le besoin de la déplacer. La déplacer d’un bout à l’autre de la pièce. Une fois de plus, des analogies. La plante représentait, à son insu, la rupture en une image : feuilles tombantes, racines accrochées. Je l’ai laissé là où je pensais qu’elle devait être: sur le meuble que nous venons d’acheter et qui est arrivé juste au moment où il ne sera plus utilisé par nous deux. Plusieurs semaines se sont écoulées et aujourd’hui, après les changements de lieu et de lumière, je vois deux nouvelles pousses. La vie qui est née. Les débuts à venir.

Le miroir n’a plus jamais été raccroché et se prépare maintenant à être emballé. La plante et ses pousses sont le témoignage d’une nouvelle vie. Ses tiges, le souvenir de ce que c’était et sur ce que j’ai construit une grande partie de mon présent. Le meuble vide: l’espace qui demande toujours à être rempli.

* La version en français n’est qu’un exercice. Cette traduction n’a pas été corrigée.

Esta extraña obsesión por los objetos

Apuntes de un diario inexistente

“Inmortalizar el momento”, una frase utilizada en publicidad de servicios de impresiones de fotos, o de venta de cámaras. Hablo de la época en la que teníamos que tener un objeto para tomar una foto. En la que teníamos que pensar qué fotos tomar porque el rollo era limitado, cuando no había una nube capaz de agrandarse si pagamos un mejor plan de almacenamiento. Esos días en los que los momentos especiales o convenciones sociales exigían una muestra de existencia, un “esto ocurrió”. Preferiblemente eventos felices porque para los tristes pareciera ser suficiente el mero recuerdo caprichoso que nos visita cuando lo desea, pero no la imagen. Teníamos que esperar a ver lo que habíamos fotografiado. La fotografía era en sí misma un recuerdo. Siempre. Claro que habían las instantáneas, que antecedieron a lo que vino después: la necesidad de reconocernos inmediatamente en el sentimiento que estamos viviendo. Un selfie, una foto del momento y visualizarla para así convertir el instante en algo real, tangible, inmortal.

Nos gusta vernos a nosotros mismos porque de esta manera afirmamos el ahora. Sin embargo, el día a día se nos escapa de los dedos y no lo documentamos. Están los que tienen un proyecto profesional, las madres y los padres bajo el hechizo del hijo, o los que tienen una mascota, u otra obsesión y llenan el carrete del iPhone con más de 2000 fotos del mismo tema. No hablo de esas personas ni de esa cotidianidad. Me refiero a la rutina mecánica que gira sus engranajes todos los días de la misma manera. A la ventana que siempre vemos, a la planta que tenemos en el mismo lugar desde hace años, a la cafetera que hace el café siempre de la misma manera, al señor que nos vende el pan, a la parada de bus, a la persona que duerme a nuestro lado, etc. No pensamos en la fugacidad de las cosas porque si lo hiciéramos, no sabríamos disfrutarlo, dicen algunos. Que si lo hacemos, no podríamos vivir sin sufrimiento, dicen otros. Quizás es cierto.

Desde que vivo en este apartamento, cada día ha sido un asombro, un nuevo suspiro al ver la ventana, un nuevo “no me lo creo”. Cada visita a la señora donde compro el vino, o al carnicero, mientras el mismo hombre canta canciones clichés francesas aunque no haya turistas – lo cual me hace pensar que lo hace más por él que por los otros – es un “qué increíble puede ser esta ciudad”. Tengo fotos de cuando nos mudamos y no había nada, de cuando lo fuimos cambiando, de cada objeto, de cada planta. No las tomé pensando en tener un registro de los cambios o recuerdos para el futuro, las tomé en una inocente intención de capsular la paz que sentía, la alegría y el amor.

Toda mudanza siempre trae movimientos telúricos que conjuran la tristeza de lo que se deja y lo nuevo que viene. Cuando el porvenir inmediato ha sido tejido con ilusión, el temblor es menos profundo a cuando se deja una certeza para entrar en la desconocida red de nuestras sombras. Desmantelar un apartamento de a dos es un proceso de excavación doloroso. Como si decidiendo con qué objeto quedarse estuviéramos decidiendo qué memoria guardar. Este plato que compramos en Poitiers o la alfombra que cargamos desde Capadocia, y los cubiertos de bistro que le compramos a un cubano instalado en París, o la mesita de la sala que cargamos bajo la lluvia hasta que nos montamos en un bus creyendo tener refugio y encontrándonos con una batalla de coches de niños y gente bastante malhumorada.

Los objetos, cuencos contenedores de memorias. Catalizadores de historias. Mi relación materialista con ellos se explica por mi obsesión con los recuerdos. El objeto se transforma en el medio para invocar una vivencia y así revivirla. Su existencia no depende de mí pero su significado sí. Anclo entonces mi capacidad de recordar a algo visual : una postal, una foto, un objeto tomado de un viaje, un animal moldeado de arcilla por un refugiado en Calais, el ángel tallado por algún artesano en Mérida, un búho de cristal que decoraba la sala de estar de mi abuela, una árbol metálico regalo de mi padre, un origami en su cúpula, signo de libertad y encierro. Arqueología de la vida, tótems. En ellos encapsulo el tiempo, en mí lo hago remembranza.

22.02.2021

Cette étrange obsession pour les objets

Version française (sans corriger)

Immortaliser le moment, une phrase souvent utilisée dans la publicité des services d’impressions des photos, ou de vente d’appareils de photo. Je parle de l’époque où on avait besoin d’un “appareil” pour prendre une photo. Où on devait bien réfléchir avant de prendre une photo, car la pellicule n’était pas illimitée, une époque où on ne disposait pas d’un nuage (cloud) avec la capacité de grandir si on payait pour plus de stockage. Je parle des jours dans lesquels les moments importants, ou les “conventions sociales” demandaient une preuve d’existence, un message “cela a eu lieu”. Préférablement des événements heureux, car pour les tristes la visite sans prévenir du souvenir capricieux nous suffit, nous n’avons pas besoin d’une image de cela. À cette époque, on devait attendre pour découvrir ce que nous avions photographié. La photographie était en soi-même, un souvenir. Toujours. Certes, il y avait les instantanées, prédécesseures a ce qui est arrivé plus tard : le besoin de nous reconnaître immédiatement dans le sentiment que nous expérimentons. Un selfie, une photo du moment et la visualiser pour ainsi convertir l’instant en réalité, tangible, immortel. Nous aimons nous regarder dans les photos, car de cette façon nous réaffirmons le présent. Cependant, au jour le jour s’échappe de nos doigts et nous ne le documentons pas. Il y a ceux qui ont un projet professionnel, les mères et les pères sous le charme de leur enfant, ou ceux qui ont un animal de compagnie, ou une obsession et qui remplissent leur portable avec plus de 2000 photos sur la même thématique. Je ne parle pas de ces personnes, ni de cette quotidienneté. Je fais allusion à la routine mécanique qui tourne ses engrenages tous les jours de la même façon. À la fenêtre à travers laquelle on observe, à la plante que nous avons dans le même endroit depuis des années, au monsieur qui nous vend le pain, à l’arrêt du bus, à la personne qui dort à notre côté. Nous ne pensons pas à la fugacité des choses, car si on le faisait, on ne pourrait pas y en profiter, dissent certains. Car si on le faisait, nous ne pourrions pas vivre sans souffrance, dissent les autres. Peut-être, c’est vrai.

Depuis que j’habite dans cet appartement, chaque jour a été une surprise, un nouveau soupir en regardant par la fenêtre, un nouveau “je ne me le crois pas”. Chaque visite chez la dame qui vend les vins, ou à la boucherie, pendant que le chanteur chant les chansons françaises clichées même s’il n’y a pas de touristes (ce qui nous fait penser qu’il le fait pour son propre plaisir et pas pour faire plaisir aux autres), c’est une “cette ville est incroyable”. J’ai des photos de quand nous avons déménagé et l’espace était à moitié-vide, des changements faits, de chaque objet, de chaque plante qui s’ajoutait à la collection. Je ne les ai pas prises avec l’intention de faire un registre des changements ou pour avoir des souvenirs dans le futur, mais plutôt avec la naïveté d’encapsuler la paix, le bonheur et l’amour.

Tout déménagement provoque toujours des mouvements telluriques qui regroupent la tristesse laissé derrière nous et l’avenir. Quand le futur immédiat a été tissé avec de l’illusion, le tremblement de terre est moins fort à quand on laisse derrière nous une certitude pour rentrer dans le filet de nos ombres. Démonter un appartement de deux est un processus d’excavation douloureux. Comme si on choisissant l’objet à garder on choisissait aussi quel souvenir reste avec nous. Cette assiette que nous avons acheté à Poitiers, ou le tapis que nous avons porté depuis la Cappadoce, et les couverts de bistro achetés à un cubain résident à Paris, ou la table basse que nous avons porté sur les bras sous la pluie jusqu’à avoir trouvé un bus pour prendre refuge pour nous retrouver entre les poussettes et les mamans désespérées.

Les objets, des bols contenant des mémoires. Catalyseurs des histoires. Ma relation matérialiste avec eux s’explique par mon obsession avec les souvenirs. L’objet se transforme en moyen pour invoquer une expérience de vie et la revivre. Son existence ne dépend pas de moi mais la signification donnée, oui. Je fais ancrer ma capacité de me rappeler des événements à une chose visuelle : une carte postale, une photo, un objet acheté dans un voyage, un animal modelé en argile par une réfugié à Calais, l’ange en bois fait par un artisan à Merida, une chouette en cristal du salon de ma grand-mère, un arbre métallique offert par mon père, un origami dans une sphère représentant la liberté et l’enfermement. Archéologie de la vie, tótems. En eux j’encapsule le temps, en moi je leur fais souvenir.

Una historia abre

Granada, España. 2011

Entonces ocurre que la hoja cae y da vueltas. Te sientas, la ves y tomas entre tus dedos el azar del viento, el engranaje de la brisa, la cadencia de un vaivén imposible de calcular.
Entonces ocurre que una historia abre, como un capullo de cerezo en pleno abril. Abre recibiendo la luz. Cruzando la mirada con el que se siente a contemplarlo.
Entonces ocurre que hay dos tallos que se rozan, que se tejen, que dejan ver sus zanjas, y comparten la primavera que rasga el cielo.
Entonces ocurre que dos personas ven el mismo haz de luz y deciden extender sus manos para asirlo y al hacerlo, dos manos, dos manos sellan la espera del otro.

Equinoccio primaveral (1)

Giverny, Francia. 2011

 

Variaciones sobre la rosa
Umberto Saba

 

II

Muchos son los colores con que cambia

tu encanto el arte o la naturaleza.

En mí, como es turquesa el mar, existes

por la idea a que te uno, sólo roja.

 

III

Cauta tus tallos recortaba. Triste

me sonrió, y a mi primer regalo.

Dos manos lo ajustaban al suelo.

Me fui lejos, abandoné aquel seno.

Erré, como es humana la condición.

Me superó la vida, la vencí

en parte; al corazón no tanto.

Aún

me canta el ruiseñor y ha florecido

una rosa entre espinas.

Murs parisiens

 

On dit que les murs ont des oreilles, je dis que les murs ont des yeux, des ironies, des mains et même des visages. Mais surtout, les murs ont de poésie. C’est ça que j’ai trouvé en marchant par les rues parisiens.

Quelques photos pour vous illustrer:

 

 

Traducción: Decimos que las paredes tienen oídos, yo digo que las paredes tienen ojos, ironías, manos e incluso, rostros. Pero sobre todo, las paredes tienen poesía. Es eso lo que encontré al caminar por las calles parisinas y esta, una pequeña muestra fotográfica. 

Diálogos triviales entre poetas


Librería Shakespeare and Co, París. 2011

1.

– Él: No es bueno colgarse el tiempo al cuello.

– Ella: Este tiempo es de cuerda. Es un ejercicio de constancia.

 

2.

– Él: Ni siquiera lo pienses muy alto. Podría traerte karma.

– Él 2: Es verdad, el pensamiento también tiene decibeles.

 

3.

– Él con él mismo: Yo mismo creí que dos versos no eran míos, por eso están en bastardilla.

 

4.

– Ella: Contigo es que tengo que hablar, sabes mucho de blogs, ayúdame a arreglar el mío.

– Ella 2: A ver, ¿qué sucede con tu blog?

– Ella: Intenté entrar en el mundo HTML y me perdí.

– Ella 2: Tranquila, dale a HTML y luego «expandir artilugios».

– Ella: ¿»Expandir artilugios»? ¡Qué poético!

 

5.

– Ella: Me meteré en un gimnasio para recibir mi cuota de endorfinas.

– Él: Jajaja. ¡No, no! Come chocolate, ¡te lo ruego!

– Ella: No es tan efectivo.

– Él: Mmm, bueno, promete que dejarás el gimnasio cuando consigas a un chico inteligible.

 

6.

– Él (refiriéndose a un sueño que Ella le contó): ¡Mierda! ¡Qué fuerte! Eso no es un sueño, es una noticia.

– Ella: ¿Una noticia? ¿De qué? Ay no no, qué pavoso. Ni de broma.

– Él: De la página de sucesos.

– Ella: Ah, ¡una noticia! Ya entendí. Me había asustado.

 

7.

– Ella: ¿Cómo estás?

– Ella 2: Estoy… Estoy buscando el adjetivo… No lo encuentro.

– Ella: No suena bien.

– Ella 2: Ah, ¡ya sé! Estoy… Descomprimiéndome… ¿Esa palabra existe?

 

8.

– Ella: Te amo.

– Él: Corrijo: Amas la parte cruel en mí. Pero está bien, esa es la mejor.

– Ella: Jajaja, amo todas menos la terca y obstinada.

– Él: Amas todas menos la que se parece más a cierta partecita tuya.

 

9.

– Él: Si alguien me escuchara en estos momentos, probablemente se burlaría de toda mi disertación absurda sobre el Medio Oriente.

– Él 2: Menos mal que en esta mesa no hay narradores.

 

10.

– Ella (interrumpiendo una inútil conversación sobre la utilidad del cine): No sé, yo ahora sólo pienso si la tarjeta de crédito que acabo de dar, va a pasar.

– Él: Jaja, muy bien, siempre es bueno hacerse esa pregunta.

– Ella: Es que pagué todas las cosas de mi gata la semana pasada y no sé si luego pagué la tarjeta.

– Él: Bueno, queda el consuelo que siempre es mejor pagarle las cosas a tu gato que a tu novio.

Lost in translation

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Cuando viví en París me di cuenta que las emociones tienen su propio idioma y que yo siento en mi idioma. También me di cuenta lo difícil que puede ser estar con alguien que no tenga tu misma lengua materna y como hay situaciones en las que uno puede estar completamente lost in translation.

Julien me escribía a las 7 pm luego de pasar todo el día sin saber de él y me decía «Ça va? On se voit à 22h à Saint Michel?» Yo pensaba: «Hola, ¿cómo estás? ¿Qué tal tu día de trabajo? ¿Nos vemos esta noche?» pero luego de recibir un mensaje (casi un telegrama, una notificación) así de directo, lo único que me quedaba era brincarme la preguntadera latina y decirle «Oui, à bientôt».

Nunca había sentido que yo era «muy» latina, definiendo «latina» bajo el estereotipo típico. Nunca había sentido que el drama a lo culebra de las 9pm en Venevisión era algo que me caracterizara. Bastó tener un novio francés para darme cuenta que la telenovela la llevamos en la sangre, que la preguntadera a lo mamá preocupada es algo que nos marca y que soy sumamente venezolana.

Podíamos tener conversaciones en las que lleváramos 4 minutos hablando sin entendernos los dos, o podía escuchar hasta 10 veces el mensaje de voz que me había dejado para descifrar palabra por palabra, o incluso, podíamos ver vídeos de humor en los cuales él se riera y yo, aún a sabiendas de lo que decían, no entendiera NADA. Pero a medida que pasaba el tiempo y todo esto iba sucediendo, se fue creando otro idioma, uno inaprensible, que hacía que no importara perdernos en las palabras. Casi un entenderse sin importar la barrera lingüística. Era, ciertamente, una tarea de mucha paciencia. Poco a poco fui entendiendo lo que decía casi de manera intuitiva. Asocié el idioma francés a él, a su hablar y a su tono de voz, a un punto que muchas veces lo mismo que él me decía, si lo escuchaba de otra persona, no lo entendía.

Él también hablaba español, así que intentábamos ir de un idioma a otro y así, intercambiábamos el «ser paciente». Pero siempre había una parte de mí, algo, algo interior, que sentía que él nunca alcanzaría porque estaba en español. Porque no estaba en su idioma. Ese algo, ese espacio inalcanzable estaba ligado a mi poesía, a mi palabra. Lo confieso: aprendí a ser más breve, más directa, a no preguntar tantas cosas, a condensar. Quizás a callar, también. Pero lo más importante: descubrí que mi pasión, mi metáfora y mi letra llevan una ñ y que se me hace vital compartirla; no sólo desde la comprensión del lenguaje, sino desde el sentimiento que representa esa ñ que los hispanohablantes llevamos a cuesta.

Lima en anotaciones breves e inconexas

Mercado, Lima, Perú. 2011

Hoy lunes 19 de diciembre hay sol en el cielo de Lima. Nubes y azul, lo cual escasea en esta ciudad de montaña y mar. Lima te permite sentir lo autóctono y lo extranjero. Deja condensar ese orgullo peruano en las papilas gustativas y te presta la naturaleza paisajes asombrosos.

Manejo.- Los limeños manejan como si es de vida o muerte que lleguen a destino. Si eres peatón y ven tus intenciones de cruzar, aceleran. Esto me lo advirtió Dasza pero yo tuve que comprobarlo por mí misma, no una sino dos veces. Ni se diga de los choferes de los combis (para nosotros: carritos). No has terminado de subir todas las escaleras (que son 2) cuando ya estás luchando con el equilibrio (y contra la gravedad) evitando perder los dientes en una caída o darle un codazo al que sí consiguió sobrevivir y hallar puesto.

Kioskos.- En los kioskos se guindan los periódicos del día con pinzas de manera que queden uno al lado del otro, en forma de cortina – logrando un efecto bastante claustrofóbico para el kioskero que está adentro y facilitándole la costumbre a los limeños de leer los titulares. Al parecer, los titulares aquí son más importantes que las noticias.

Mercados.- Cuando vas a un mercado de artesanías, lo que más escuchas es «pregunte, pregunte, por favor». En vez de una sugerencia, o una cortesía, a veces sentía que era un pedido, una solicitud desesperada, un ruego. Terminaba comprando cosas que ni sabía qué haría con ellas luego.

Muertes.- Estando aquí han muerto: Eva Ekvall, Cesaria Evora, el primer presidente demócrata checo y Jim King II, rey de Corea del Norte.

Temblores.- Anoche estábamos en la cocina Daria, JP y yo, esperando que llegara Alex de Boston y preparando la cena – un plato polaco riquísimo. Música, vino, bailes, aceite caliente y de pronto JP pregunta «¿sintieron eso?» Cuatro segundos después, el piso, mis pies, temblaron. En esos microsegundos sólo pude pensar «estamos en un piso 12, maldita sea». Luego imaginé cualquier tipo de escena catastrófica propia de las películas hollywoodenses y amarillistas en las que se acaba el mundo: edificios derrumbándose, gente corriendo, incomunicación. Todo esto en 10 segundos. Ya el temblor había pasado pero la imaginación se había lanzado una indetenible secuencia que sólo pudo ser interrumpida por la comida. El olor a comida me trajo a tierra así como a mi imaginación.

Explosión.- En mi penúltima noche en Lima estábamos Daria, JP, Alex y yo en la sala. Veíamos un video en youtube. De pronto, una explosión retumbó. La sensación fue tan fuerte que hasta creía que los vidrios seguían temblando. A los 5 min, a unas 5 cuadras, unas llamas inmensas. Terrorismo, gritó Daria. A mí la idea de terrorismo ni siquiera me cruzó por la mente. Televisión: noticiero como si nada. Las llamas continuaban. Bomberos, sirenas. Idea: busquemos «explosión miraflores lima» en twitter. Voilà! Había explotado dos bombonas de gas en una casa y afectó a 30 casas de la cuadra.

Comida.- No me bastan mis papilas gustativas para descifrar la condensación de sabores que puede tener un mismo plato. Pescados capitales.  Cena de última noche. A Lima hay que comerla.

Pedrito

Saint Cugat, Barcelona, España. 2011

Cuando lo conocí me llamó mucho la atención que estuviera vestido de negro y tuviera una corbata blanca. Nunca había visto algo así y mucho menos en pleno verano. Para ser exactos: el día del solsticio de verano. Sus ojos eran muy expresivos pero su hablar, tímido. Me dijo que se llamaba Pedro y que todos lo conocían por Pedrito. No entendí el diminutivo porque se trataba de un ser muy grande. Nadie sabía de dónde venía. Sólo se sabía que había sido salvado antes de ser entregado a unos extraños cuando era aún muy pequeño.

Al conocernos intercambiamos un par de roces o caricias, todo intermediado por una distancia casi ilógica. Su mirada me hablaba, ¿qué decía? no lo sé pero yo sentía que era conmigo. Mi estadía fue muy breve así que sólo compartimos unos tres días. Me presentó a su amigo Tomás, a quien llamaban Tomasito (creo que en Saint Cugat hay una fascinación por los diminutivos). Su amigo, era algo pequeño y bastante escurridizo. En su tono siempre había un maullido de tristeza. Les tomé varias fotos porque los creí grandes tipos.

Pasaron tres semanas y volví a visitarlos. Estaba de regreso a su pueblo y ese encuentro era de las primeras cosas que tenía en agenda. Al llegar a la casa, me abrió la puerta su más fiel amigo: Rodolfo. Pedrito, al verme, movió su cola y dejó que la emoción pegara un brinco. “Que alegre se ha puesto al verte, Camila, te ha agarrado cariño”.

Si algún día tengo un perro, quiero que sea como Pedrito: mi amor canino de verano barcelonés.

De vuelta a las tinieblas o crónica de la independencia de una puerta

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Que la nevera se dañe puede ser un evento realmente trágico. Lo sé luego de haberlo vivido. No se trata solamente del hecho de «no tener nevera» y por ende, la incertidumbre de dónde guardar los alimentos y comida sino de las consecuencias técnicas que se puedan generar.

Todo comenzó cuando entramos a la casa y yo sentí un olor muy fuerte. «Pareciera que un queso se quedó fuera de la nevera». Mi madre que estaba aquí de vacaciones dijo «sí, que buen olfato tienes, habíamos dejado el Camembert fuera». Entonces, como buena madre, procedió a «poner todo en su lugar». Yo estaba en mi cuarto, probablemente en Facebook o alimentando el vicio de cualquier red social, cuando mi madre me llama para decirme que ella creía que la puerta de la nevera estaba algo «descuadrada». Y este fue el comienzo de la tragedia.

Me coloqué en frente de la nevera y dije «sí, qué extraño, ¿qué será lo que pasa?». La abrí para ver si era la gaveta de los vegetales mal cerrada o algún envase que sobresaliera pero antes de que me diera tiempo de hacer esta inspección de rutina, la puerta produjo un ruido de esos que uno sabe el tipo de eventos que están por sucederse. La puerta no sólo estaba algo «descuadrada» como mi madre había dicho sino que comenzó a experimentar un proceso de desprendimiento del resto de la nevera, algo así como un desmembramiento. «Creo que es mejor dejarla así, mami; llamaré a Dominique y Natasha».

Una hora después llegó el escuadrón de rescate. Al verla (a la nevera, claro), proclamaron al unísono «Oh làlà«. Ahí lo supe: la habíamos perdido.

Dominique intentó devolverle a la nevera su puerta porque aún se veía como algo realizable. Como cuando se disloca un hombro y con mucho esfuerzo alguien hace los movimientos adecuados para que regrese a su lugar. En este caso, por más esfuerzo de Dominique, Natasha, mi mamá y yo (detalle importante: la puerta era muy pesada ya que además de ser puerta de nevera, era también, un espejo), la ruptura que hace una hora comenzó a darse, tuvo hecho. La puerta se desprendió por completo guindando, literalmente, de un pequeño cable. Muerta, sin signos de vida. El panel de funciones digitales quedó sin luz. Dentro del cadáver estaba todo el mercado de «exquisiteses francesas» que mi mamá y yo habíamos hecho para su degustación. Incluyendo, la champagne rosada para su cumpleaños.

Los cuatro nos miramos las caras pero como para mi mamá eso no era suficiente, comenzó a hablarles (en español, claro está). La barrera idiomática que había entre ellos dos y ella la obligó a proceder a la gesticulación (cosa que se le da fabulosamente). El que entendieran las primeras cosas sencillas que dijo, le dio el coraje necesario para iniciar un monólogo sobre las posibles razones que pudieron causar la ruptura. Ellos, no se quedaron atrás. Yo, la verdad, sólo pensaba en mi mercado. Lo que siguió fue un proceso de «selección». Que botar (habían cosas muy viejas allí adentro), que dejar en el balcón (aún había fresco en la ciudad) y que podían ellos llevarse a su nevera parisina (y por ende, discreta en tamaño). Al finalizar, Dominique decidió bajar el coloquialmente llamado breique porque si bien los comandos estaban muertos y la puerta ganado su independencia (algo inútil esta última), la luz del freezer aún prendía.

Nos despedimos las dos muy agradecidas por la ayuda pero con el mal sabor de todo lo que había pasado. Como buena tragedia, ahí no terminó. Hubo un giro, de esos que son necesarios para que la trama tenga gustico.

Decidimos conectarnos para contarle al mundo lo que nos había pasado pero voilà, no había internet. «Mejor los llamamos, mami, hay llamadas ilimitadas a Venezuela». Voilà, sin teléfono también. Para ahogar nuestras penas le sugerí ver las noticias donde hay penas más reales (o de mayor envergadura) pero…. la televisión tampoco prendía. Extrañamente (o quizás deba decir lógicamente) el breique de la nevera, teléfono y televisión era el mismo. Pero eso no es todo: era también el mismo para el cuarto. Y así, gracias a una puerta que buscaba una independiencia que consiguió, volvimos al siglo de las tinieblas.