Carlos César

Apuntes de un diario inexistente

Pequeños retazos de quién es mi padre, a través de mis ojos.

CC disfrazado de algún animal imaginario de la Venezuela de los años 60.

Muchas noches, al llegar tarde del trabajo, recuerdo como mi papá, quien no se desataba la corbata hasta llegar a la casa, sacaba del bolsillo interior de su blazer, un Galak. Era mi chocolate favorito.

Cuando estaba en 4to año de bachillerato y no sabía que estudiar un día mi papá me trajo un folleto de Ingeniería de Producción de la USB, diciéndome que quizás me podría interesar. Yo era muy buena en matemáticas y la prueba vocacional había dado que debía estudiar ingeniería mecánica (lo que él estudió). De pequeña me gustaba desarmar juguetes y entender sus mecanismos, lo cual explica porqué él pensaría que alguna ingeniería podría interesarme. Le di las gracias pero le dije que yo sabía que eso no era lo que quería.

Otro día, tocó a la puerta y me dijo que había una carrera nueva en la UNIMET que se llamaba Estudios Liberales y que él creía que sí me interesaría. Buscó una reunión con la directora de la escuela, Elsa Cardozo, hermana de su buen amigo Juan Cardozo. Elsa amorosamente me explicó en qué consistía la carrera y ese día decidí que eso era lo que quería estudiar.

En mi segundo año de EELL (Estudios Liberales) la UNIMET firmó un acuerdo de intercambio de estudios con SciencesPo Paris. Para poder ir en mi tercer o cuarto año, necesitaría nociones intermedias de francés aunque las clases fueran en inglés. Nunca habíamos tenido vínculos con Francia y no éramos francófilos. Mi papá me sugirió ir a la Alianza Francesa, donde había estudiado él cuando yo era pequeña. Me acompañó y me inscribí en las clases de los sábados. Por un tiempo, él me llevaba y buscaba todos los sábados en la mañana a la Alianza de La Castellana, donde conocí a mis amigos Rodrigo y Diego Marcano, y a Emilio Montejo.

El día que decidí que no continuaría con el doble programa Derecho – EELL hubo silencio en la casa y algunas preguntas. Mis buenas notas no justificaban esa decisión. El día que tenía un examen al que decidí no ir – lo cual implicaría que no aprobaría la materia, recuerdo a mi papá tocar la puerta y decirme “Cami, ¿estás segura que no quieres ir? Mejor ir e intentarlo a no ir, ¿no?” A lo que le respondí “Sí, estoy segura, yo sé que no seré abogada y esto en vez de ayudarme me está frenando en otros aspectos de mi vida, como mi escritura”. Hasta el día de hoy agradezco que haya tocado mi puerta y me haya hecho esa pregunta, aunque en el momento me haya parecido inoportuna.

El día que dije que había sido seleccionada para irme a París al intercambio de estudios, también hubo silencio y muchas preguntas. Pero las preguntas nunca fueron para impedirme de hacer algo, sino para buscar soluciones. Hicimos los trámites de CADIVI y en enero de 2011 estaba montándome en un avión para mudarme a lo que sería años después mi ciudad, mi casa, mi lugar. El abrigo que llevaba era el de mi bisabuela Clarisa Ríos, que usó cuando visitó a su hijo en Londres. En mi cartera llevaba una estampita que me dio mi papá para que me protegiera en el camino. Mi mamá me dio un pin con un angelito.

En el viaje más reciente que hizo a París, en enero 2020, justo antes de la pandemia, mi papá me dijo que me veía muy cansada. Fue a la farmacia y me compró una caja de complejo vitamínico B. En ese gesto, y a mis 30 años, me sentí hija.

Cada vez que nos vemos y toca el momento de la partida, mi papá llora como si nos estuviéramos despidiendo por la primera vez. Como si este proceso de vivir lejos no es algo a lo que podamos acostumbrarnos nunca. Yo siempre he sido muy agradecida por su gran capacidad para expresar su amor a las tres mujeres de la casa (y a Tula, nuestra gata).

Cuando nos despedimos por teléfono aún me dice “Dios te bendiga”, aunque ya yo no pida la bendición. Una parte de mí se siente en paz al escuchar esas palabras.

También sabemos reírnos como si nos estuviéramos echando el mismo cuento por la primera vez. Y días después me enviará imágenes que hacen referencia al cuento, para así continuar la risa.

Carlos César nació el 21 de abril de 1958 en Carúpano y hoy celebro su vida, su generosidad, su testarudez a veces y su curiosidad por todo. Deseo que sean muchos los encuentros (y despedidas) que tengamos por delante, con mucha salud y amor.

Feliz cumpleaños, papi.

Habitando nuevos espacios

Apuntes de un diario inexistente

Lentamente las cosas van tomando su lugar. El cuerpo se habitúa a los espacios, a veces entre tropiezos y otras sabiendo medir mis ángulos. Son más las veces que la cuenta sale mal. Siempre he creído que no logro identificar el tamaño de lo que soy y termina mi pierna, mi muslo, un brazo, golpeándose con algo, el sofá, el marco de la puerta, la mesa. Cuando se cambian de coordenadas toma el cuerpo tiempo para rehabituarse. Para saberse los pasos ciegamente. Y aún así, hasta cuando el camino ha sido recorrido miles de veces, de manera mecánica, en repeticiones espontáneas, suelen haber días en los que no consigo evitar el impacto. Alguien me preguntó una vez si yo había gateado o si caminé directamente. Se cree que los que tenemos prisa en caminar, saltamos la etapa de reconocer el espacio y las dimensiones. Y sin embargo, puedo decirte de memoria cada esquina de aquel apartamento mientras aprendo las ranuras y el crujido del suelo de este. Una transición que aún se siente temporal. El vecino se prepara para ir a su trabajo y yo, que tenía ese sonido como referencia en el antiguo apartamento, me despierto con él. Son apenas las 6am. Rápidamente me doy cuenta que no es el mismo vecino, nuevo lugar, nuevas rutinas.

Me mudé a este apartamento en equinoccio primaveral. Recibí mensajes de mis amigos persas para quienes era año nuevo y motivo de enviar deseos de felicidad y abundancia. Lo tomé como buen augurio. El día que me mudé, era el año nuevo para millones de personas, y sus mensajes me llenaron de energía para centrarme en este nuevo comienzo. Los tulipanes en el patio interior del edificio, recién florecidos, me dan seña de la temporada que comienza. Al verlo, pienso en que nunca he sido persona de plantas con flores. La única que tengo, solo me dio flores cuando la compré. Su verdor y tamaño te dirán que están sanas, pero algo ocurre que nunca llegan a florecer. Al llegar al apartamento veo que la orquídea de Stefania, que pensaría estaba olvidada en una repisa, va a dar flores. Quizás cuido demasiado. Te diría que voy a ignorar la mía, para que así me dé una flor y te reirías. Pero suena a una estrategia bastante infantil. Quizás es este espacio, su luz, los pájaros cantando y la calma de los días que la harán florecer. Si vieras las dos hojas que me dio luego de casi morirse me dirías que va por buen camino pero que le falta vitamina, y me enviarías una de tus recetas para cuidarlas bien. Espero que te despiertes para que hablemos de ellas, mientras tanto, doy lugar en mi nuevo hogar a este muñequito que me diste la última vez que nos vimos, hace 7 años.

A mi madrina.

«Ne vous inquiétez pas, Madame, je transférerai votre dossier». Ou une histoire de désamour avec l’administration française

 

Friday, 19 June 1998.

© Guy Le Querrec/Magnum Photos

– Désolée, madame, il dit que ça ne va pas passer. 

– Ça veut dire quoi exactement ?

– Que deux personnes ne peuvent pas avoir une vie de couple si elles habitent dans des pays différents. 

– Madame, on est au 21ème siècle. 

– Oui, je comprends très bien madame mais s’il a dit ça c’est parce qu’il a ses raisons. 

Il, c’est une personne sans nom, un homme. C’est plutôt un bras, ou la moitié d’un bras. Depuis la chaise où je suis assise je vois son bureau et son bras. C’est qui lui ? Cet homme qui a ses raisons ? Est-ce qu’il a un nom ? Pour moi c’est l’homme qui, sans m’avoir parlé, a décidé que mon dossier de demande du titre de vie privée et familiale ne passera pas. Le messager, une dame dans sa cinquantaine. Je vois dans ses mouvements la représentation d’une administration rigide, dont le temps a gagné la course. Elle révise chaque document minutieusement, elle explique  sur une feuille le contenu de chaque page, après l’avoir numérotée. “Passeport, expédié à Caracas, date d’expiration 22 juillet 2019, annexe à celui-ci la vignette qui prolonge sa validité jusqu’au 9 mai 2021”. Le rythme de sa calligraphie fait augmenter mon angoisse. A chaque boucle du F, ou du L, ou la courbe du numéro 9, je prends une profonde respiration imaginaire. Je commence à penser aux défis de la dématérialisation des démarches administratives, aux difficultés de sa mise en place, je m’envole dans mes pensées jusqu’au point final du paragraphe que la dame venait de finir m’alerte de l’atterrissage.

– Ne vous inquiétez pas madame, je vais transférer votre dossier au département des professions libérales. Voici votre convocation pour septembre. Elle me donne le papier intitulé CONVOCATION avec l’heure du RDV écrit à la main. Elle n’a pas demandé si c’était cela que je voulais faire. 

On était en juillet et c’était déjà mon deuxième RDV pour le titre de VPF. Le premier RDV avait eu lieu en avril. A et moi nous sommes présentés avec les pièces à fournir indiquées dans le site web de la préfecture. Nous avions lu des blogs et des forums concernant la demande de ce titre. Nous étions préparés avec des documents qui montraient notre vie commune depuis plus de deux ans : billets des vols, factures, courrier à la même adresse, entre autres. 

Cette fois-ci notre interlocuteur a été un homme mais aussi dans sa cinquantaine. Il y avait des pièces qu’il n’a pas accepté même si elles étaient dans la liste, et vice-versa. Mon espoir de réussir s’effaçait avec chaque regard qu’il donnait à mes documents. En scrutant mon passeport, il annonce : 

– Madame il vous faut un nouveau passeport

– Oui, tout à fait mais j’ai fait la demande en janvier et je suis encore dans l’attente. 

– Et cela prend combien de temps ? 

– Je ne sais pas

Je lui ai fourni une lettre du consulat vénézuélien en expliquant que j’avais entamé la démarche pour avoir la vignette depuis janvier et que celle-ci était en cours de réalisation. Difficile d’expliquer au Monsieur que mon pays est un État failli et que la migration vénézuélienne est la pire dans l’histoire de l’Amérique Latine, avec presque 4 millions de personnes en situation d’exil dans le continent dont beaucoup sans accès à un passeport. J’aurais aimé pouvoir avoir une réponse à sa question, naïve et presque insolente. 

– Vous n’avez pas suffisamment de preuves de vie ensemble.

Il s’en va et reviens avec un document à nous faire signer comme quoi nous déclarons sur l’honneur que cela fait plus d’un an que nous sommes ensemble

– Je vous convoque pour juillet, on n’aura pas besoin de votre présence, Monsieur [en parlant à A]. Il échangeait avec nous en discutant avec sa collègue de la personne qui venait de passer au guichet à côté du nôtre. Ils se moquaient de son accent.

On sort de ce RDV avec un récépissé qui prolongeait mon titre expiré en décembre passé jusqu’en juillet, et une convocation pour revenir dans 4 mois. 

Entre temps, A a trouvé une mission de 2 ans en Turquie et il est parti. 

Le 4 juillet, l’administration m’a demandé des documents qui n’étaient pas “pertinents” selon l’administrateur qui m’avait reçu en avril, et refusait d’utiliser la photo que j’avais déjà donnée lors du dernier RDV. 

Le 4 juillet, les problèmes n’étaient pas les pièces fournies, non plus mon passeport, mais qu’A habitait à l’étranger. Comme si, avec ma situation légale en France, nous aurions pu déménager ensemble. Comme si une décision aussi personnelle de continuer notre relation à distance devrait affecter mon séjour ici ou effacerait tous les autres liens que j’ai avec la France. 

Le 4 juillet j’étais rassurée que mon dossier serait transféré mais c’était à moi de demander un récépissé et éviter de partir de la préfecture sans rien. 

Le 4 juillet la demande n’est pas passée mais je n’ai pas reçu non plus un refus de demande (pour avoir le droit de passer en commission de révision) et je n’ai pas eu non plus l’opportunité de lui parler. 

Le 4 juillet, personne m’a demandé quelle était ma profession libérale et j’étais tellement stressée que je l’ai laissé passer. 

Le 4 juillet n’était pas différent de tous les autres RDV précédents. Certes, j’aurais pu m’exprimer, je parle français mais lors de ce contexte, cela me sert seulement à comprendre les mots de la personne qui me parle mais pas à me défendre. Je suis partie de la Préfecture avec le sentiment que malgré tout ce que j’ai accompli ici, ma vie en France était temporaire. Le 4 juillet je me suis sentie doublement sans patrie (devrait-je dire, apatride ?).  

Cela fait 5 ans que j’habite en France et 8 ans depuis la première fois que j’ai vécu à Paris. Je suis venue pour faire un Master à Sciences Po Paris. Une fois diplômée, après avoir travaillé dans une ONG internationale, j’ai fondé une association reconnue d’intérêt général et je dédie ma vie à faire de notre société un endroit plus inclusif où l’éducation des personnes réfugiées soit valorisée. Depuis 2018 nous avons accompagné et orienté plus de 150 personnes à reprendre leurs études. Je suis invitée aux conférences à l’étranger où je suis parfois la seule “représentante” de la France car l’association est française. Je partage ma vie avec un français, j’ai construit grande partie de mes projets professionnels et personnels à Paris, je paye mensuellement mes impôts et cotisations sociales, mais rien de tout cela est important car A et moi habitons dans des pays différents. Selon l’administration française, nous sommes pacsés mais la distance efface tout droit à avoir un titre pour être la partenaire d’un citoyen français.

En sortant de l’UE pour aller en Turquie j’ai dû expliquer au monsieur de contrôle des frontières à Munich que mon passeport n’était pas expiré (qu’il fallait lire la vignette qui prolonge sa validité) et que mon titre en France est un carte expirée avec un récépissé valable jusqu’à  octobre.

J’aurais aimé lui dire que ma vie en France n’est pas temporaire, que pendant je fais de Paris ma ville d’accueil, la mienne se vide chaque mois un peu plus.

Je n’ai pas eu besoin de le faire car en regardant mes documents il m’a dit “It is ok, you don’t need a stamp because you are a French resident”. 

Sans le savoir, ce policier allemand avait prononcé avec un ton naturel, les mots, qu’avec impatience, j’attends depuis décembre. 

 

CRA
Paris, 03 septembre 2019 

Yo también doy mi palabra. Impresiones libres e inexactas sobre el pabellón de Venezuela en la Bienal de Venecia 2015.

 

Fotografías: Marco Bell. Venecia, mayo, 2015.

[Según Morella Jurado, directora del Instituto de las Artes de la Imagen y el Espacio (Iartes): «Vamos a dar nuestra palabra al mundo de que somos un territorio de paz”].

[Trabajamos con la descolonización, con el tema indígena, no desde lo arqueológico, sino reivindicando a los pueblos, sus saberes, para no permitir que se destruya su herencia», Morella Jurado]

[«Se trata de la rebelión de los pueblos del sur, de los desdentados, desposeídos, las mujeres, que hacen frente a ese poder hegemónico que se quiere apropiar, expoliar nuestras culturas, cuerpos y territorios» Argelia Bravo]

[«Denuncia contra el machismo, contra la contaminación y a favor de la ecología» Efe Óscar Sotillo Meneses, comisario del pabellón]

 

Venezuela fue el primer país sudamericano en construir un pabellón en la Bienal de Venecia, cuya primera edición data de 1895. Se terminó de construir en 1956, bajo la dictadura de Marcos Pérez Jiménez. Estuvo a cargo de Carlos Scarpa, arquitecto italiano y amigo de Graziano Gasparini, quien fue, a su vez, el artífice de la inclusión de Venezuela en el “Giardini de la Biennale”, centro donde se ubican los 30 pabellones nacionales permanentes. Venezuela, quedó, para siempre, entre Rusia y Suiza.

En 2015, visité por primera vez Venecia, por primera vez Italia, y por primera vez la Bienal, la cual se presentaba como el máximo atractivo del viaje.

Comienza la visita a nuestro pabellón: una canoa en la entrada, al aire libre, una pared roja de fondo y letras negras que decían “Te doy mi palabra». Las paredes del jardín estaban cubiertas con líneas tricolor que nacían de la embarcación y terminaban en algunos versos de Gustavo Pereira, escritor del preámbulo de nuestra maltratada Constitución. La Venezuela que nace de la canoa, de nuestras raíces. Cuidado de equivocarse de qué raíces hablamos. Al entrar, a mano derecha, vendían en una mesita posters de una mujer encapuchada con senos de silicona dando de mamar a un bebé. Lo acompañan unas postales del blanco sobre blanco de Reverón. Había, también, un cuaderno para dejar impresiones y comentarios sobre el trabajo de los dos artistas exhibidos: Argelia Bravo y Félix Molina, pero solo llegué a leer un “Viva Chávez” y un “Comandante eterno”. ¿Quién dijo que esto era sobre arte? ¿Vive Chávez en la teta de silicona del poster que no voy a comprar? me pregunto.

Continúa el recorrido. Leo un texto sobre “la palabra”. Texto inconexo al resto de la exhibición, así como la canoa tatuada de patriotismo easy made. En medio de una oscuridad reinante, dos salas una al frente de la otra. Un video de calidad dudosa me muestra a tres mujeres sin rostros que detallar, encapuchadas. Son las madres que alimentan con su leche los hijos de la patria de Chávez, las nuevas generaciones. Himno nacional de fondo. Las madres de esa patria se me presentan como seres anónimos. Identidad irrelevante, inaccesible. No somos individuos, somos una sola masa, no hay voces, hay una voz. ¿no lo entienden?, imagino que me dicen.

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Se le presenta al visitante otro videoarte. En este caso tengo ante mí a una mujer con unas cucharas de madera. Tierra, nuestras raíces. No se equivoquen de cuáles raíces. La mujer venezolana, una vez más sin rostro visible. La leyenda reza “Virgen de la Cuchara”. ¿Es esta a la Virgen que le rezan las bocas hambrientas que esperan la llegada del pollo o la carne a los anaqueles vacíos? ¿O el café? ¿O la leche? Virgen de la Cuchara, a ti te rezo para que me alimentes con yuca y ñame. A ti te rezo para que aceleres la cola. A ti te rezo para que mi número de cédula trasmute y así pueda ir a comprar todos los días. A ti, Virgencita de la Cuchara, te rezo para que la soberanía de mi plato vacío no sea violada. Como patria, virgencita, como discurso, como palabra hueca. Como paz, pero solo la que ellos nombren.

  •  

En la sala continúa, varios videos. Los audífonos guindan, cuerpos caídos, rotos. Ante mis ojos, tres mujeres camufladas y con lentes de sol. Ramas y árboles salen de sus trajes. Toman papelón con limón. Nuestras raíces. El trío reivindicador de “las malezas” lee el comunicado en el que se pide el “restablecimiento del debido proceso de las plantas”. La FAO – que justo acaba de premiar al gobierno de Maduro por su loable gestión en materia de alimentación – es enemigo de los vegetales. “No queremos veneno en nuestros platos”, “pedimos por el cese de las hostilidades del exterminio de las hierbas y bombas tóxicas como pesticidas». ¿Se dan cuenta de que se parodian a sí mismos?, me pregunto. Terminan gritando desenfrenadamente que “sí les importa un bledo”. Patria orgánica, patria bio.

Siguiente video: “Clase de cultura I dictada por una experta”.  Una niña – una vez más, encapuchada – hablando de las recetas de su abuela. Dice “el ñame es una verdura. La gente aquí no sabe porque lo que hacen es comprá’ y comprá’”. Sus ojos y boca nos cuentan “mi abuela abre el hueco y yo le echo la bromita. Dura 6 meses y nace una piñita”.  ¿Esta propuesta artística es realmente una lucha contra el machismo, como dice su autora?.

«¿Por qué será que hay tanta ignorancia?»

Somos el ñame, la yuca, la canoa de madera rayada de tricolor. ¿Somos eso y nada más? Reduccionismo absurdo.

No somos la violencia que deja huérfanos a niños, madres, padres, abuelos, o el hambre que mata al que no consigue qué comer, no somos tampoco el último modelo del teléfono que todos desean y algunos consiguen, ni la antena de DIRECTV que se ven en las casas en los cerros. No somos las colas en Bershka o Zara. Ni la Coca-Cola y pasta que es almuerzo y cena de tantos. Tampoco somos el secuestrador que se lleva hasta el cepillo de dientes y pelea con su cómplice para repartirse lo que se roban. Somos la raíz, el ocumo, la mujer virgen violada por la patria, madre, esa que no sale de la cocina y que siembra “bromitas” y no semillas. No somos la mujer que murió por ponerse unas tetas de silicona, ni la madre adolescente que le lleva 12 años a su hijo. Somos joropo, cuatro, plátano frito, yuca, pescado. ¿Cómo no aceptar que somos también muerte, odio, deseo, envidia, estética Miss Venezuela y colas en McDonalds luego de una marcha oficialista?.

Otro video: tres mujeres cantando María moñitos me convidó a comer plátano con arroz… La letra proyectada en idiomas diversos: ruso, inglés, etc. Las líneas que vienen del patio se extienden hasta escribir “casabe». No lo podemos leer porque la sala está a oscuras. Mi amigo pide que prendan las luces para poder apreciar la «obra de arte”. Le dice a la guía de sala “mi amor, pero así no podemos apreciar esta maravilla”. Ella, obediente, prende las luces. ¿Y qué pasó con el montaje? ¿Y dónde está el trabajo de todos los profesionales que tenemos en el área? ¿Por qué descuidar los detalles? ¿Por qué esta estética de la mediocridad, lo hecho a medias, lo mal hecho?

Oscuro el lugar en el que me encuentro como venezolana que no se reconoce en una maría moñitos cantada por mujeres encapuchadas. Quiero rostros, quiero historias con nombres, quiero personas que me digan quiénes son, qué hacen, a donde van. Quiero individuos, no masas.

María moñitos tiene para mí la voz de mi bisabuela, quien siempre me la cantaba en casa luego de almorzar. Sí tenemos raíces comunes, sí queremos recordar y preservar la memoria de dónde venimos pero este discurso ideológico ha pintado nuestro pasado y el presente de un solo color, y pretende también, echar brochazos al futuro. Cambiar el recuerdo y la historia para los que nacen en un país sin puentes pero con muchas orillas e islas. En estos videos piden el cese de la “hipócrita persecución de las hierbas”, yo pido el cese de la hipócrita impostura de hacernos creer que somos solo algo, solo un lado, solo una raíz, solo la yuca que tiende la indígena para hacer casabe, solo el papelón con limón que toman las encapuchadas, solo la teta al aire para alimentar al bebé con leche rancia de patria muerta, solo eso o nada. O solo lo otro. Yo doy mi palabra de que somos, lo juro, todo esto y más. Aceptarlo es tarea pendiente para todos, quizás, incluso para mí misma.

Referencias:  http://www.vtv.gob.ve/articulos/2015/04/06/venezuela-asistira-a-la-bienal-de-venecia-bajo-el-lema-201cte-doy-mi-palabra201d-1139.html

http://www.eluniversal.com/arte-y-entretenimiento/150506/venezuela-mira-hacia-sus-origenes-indigenas-en-la-56-bienal-de-venecia

Voz sin réplica (extractos)

trent-park-australia-2001

Trent Parke, Australia, 2001.

 

I

 

Ahí está él, hablando a lo que podría ser su sombra si la luz pegara perpendicular a su cuerpo. Palabras al aire sin más respuesta que el vaivén constante del metro y el chirrido de los rieles. No alcanzo a entender lo que dice. En mi indelicada tarea de observar, olvidando que otros ojos pueden interceptar los míos, lo veo. Me habla. Me dice que puedo extender mis pies debajo del asiento, respondo con un “gracias”. Me sonríe. Le sonrío. Por unos segundos su monólogo ha sido interrumpido. Por unos segundos, el mío también. ¿La diferencia? Las palabras me habitan sin necesidad de hacerlas sonido. Él, en cambio, es lo dicho y el solitario espacio de la voz sin réplica.

 

II

 

¿Puede realmente el otro saber qué decimos cuando las palabras son respuestas y no animus?
Cerrar los ojos. Aceptar que el día ha llegado al comienzo del siguiente y que no hay más minutos que gastar. Cerrar los ojos a sabiendas que la noche interna será agitada y que las formas querrán salir de la luna.

Tendida en la cama se sienten las horas muertas en los huesos, el crujir en cada pierna al ligero movimiento y la espera. Cerrar los ojos y cantar a lo oscuro pensando que, quizás no en esta noche pero sí en otra, habrá un cuerpo que me abrace.

Bajo agua

GB. England. Cornwall. 2010. Seascape near Falmouth.

Chris Steele-Perkins. England, 2010. 

 

 

Bajo agua

el concreto renuncia a lo firme

Los árboles humedecen sus tallos

un cuarto de su altura bajo la transparencia

La fisura nivela su quiebre en lo profundo

 

No hay pies que deban hundirse cuando se quiere avanzar

 

Días de lluvias

Silencio de duda

¿Tiene la nube en su revés un territorio que ilumine sin brisa?

Café, llamado a tierra, sequía y sol,

Danza interrumpida

¿Puede uno lavar su raíz?

¿Bautizar la piel con aguas de otras nubes?

 

Inquebrantable la semilla

 

Ligero el aroma de la primavera que posa su azul en el gris.

Equinoccio primaveral (2)

Google images

Hace varios años mi tío Ricardo me regaló en Nueva York un librito de puros Haikus (de ahí, que estén en inglés). El libro está dividido por las estaciones del año y por algunos temas muy característicos: animales, flores, fases de la luna, y otros elementos de la naturaleza. Hoy, día del equinoccio de primavera, comparto algunos.

 

Spring has come
In all simplicity:
A light yellow sky.

Issa

 

Lighting one candle
With another candle:
An evening of spring.

Buson

 

Meeting the messenger on the road,
And opening the letter
The spring breeze

Kito

 

Spring rain:
Everything just grows
More beautiful

Chiyo-Ni

 

The violet:
Held in the hand,
Yet more lovely.

Koshu

 

Plum-blossoms:
My spring
Is an ectasy.

Issa

 

Silent flowers
Speak also
To that obedient ear within

Onitsura

Estos rostros

Sevilla, España, 2011.


Cualquier máscara le va a un rostro desocupado
Rafael Cadenas.


Estos rostros
que visto en cada ciudad
que quiebro, coso,
tejo, rasgo, cocino, mastico,

Estos rostros
que me preguntan a toda hora
por nuestros traumas
por nuestra sombra

Estos rostros que
que me hurgan
de noche
de día

cuando la hora deja su arena

Estos rostros
no son míos

no.

Instantánea

Tigre, Buenos Aires. 2009

Hay una velocidad que no mide la rueda de la bicicleta

ni los pies

Hay un estarsequieto que el ciclista no tiene en su ruta

y que solo ve la cámara puesta al azar

Hay una velocidad que solo la coincidencia fija en su lente.

Petite lettre et un poème avant de partir

Paul Jacoulet. Une parisienne.
Tu vas me manquer, Paris.
Je t’aime et… À bientôt, mon amie!
Camila.

PAYSAGE

Charles BAUDELAIRE, 1821-1867 

Tableaux Parisiens – Les fleurs du mal

Je veux, pour composer chastement mes églogues,

Coucher auprès du ciel, comme les astrologues,

Et, voisin des clochers, écouter en rêvant

Leurs hymnes solennels emportés par le vent.

Je verrai l’atelier qui chante et qui bavarde ;

Les tuyaux, les clochers, ces mâts de la cité,

Et les grands ciels qui font rêver d’éternité.

Il est doux, à travers les brumes, de voir naître

L’étoile dans l’azur, la lampe à la fenêtre,

Les fleuves de charbon monter au firmament

Et la lune verser son pâle enchantement.

Je verrai les printemps, les étés, les automnes ;

Et quand viendra l’hiver aux neiges monotones,

Je fermerai partout portières et volets

Pour bâtir dans la nuit mes féeriques palais.

Alors je rêverai des horizons bleuâtres,

Des jardins, des jets d’eau pleurant dans les albâtres,

Des baisers, des oiseaux chantant soir et matin,

Et tout ce que l’Idylle a de plus enfantin.

L’Émeute, tempêtant vainement à ma vitre,

Ne fera pas lever mon front de mon pupitre ;

Car je serai plongé dans cette volupté

D’évoquer le Printemps avec ma volonté,

De tirer an soleil de mon cœur et de faire

De mes pensers brûlants une tiède atmosphère.